lunes, 14 de marzo de 2016

LA NOCHE EN QUE DENNY COLT SE TOPÓ CON LUCA TORELLI  EN UN OSCURO CALLEJÓN 



  Dos son los personajes de papel que, en mi humilde opinión,  representan mejor la relación del cómic con el llamado "film noir" o género negro: el norteamericano The Spirit, de Will Eisner (contemporáneo de todas aquellas magníficas películas que todos recordamos de Humphrey Bogart, James Cagney o Edward G. Robinson); y Torpedo 1936, de Sánchez Abulí y Jordi Bernet, una de las mejores aportaciones españolas al cómic de los años 80. No podía haber unos individuos más contrapuestos en sus caracteres, ya que el primero encarna al justiciero intachable, en la línea de los que antes y después que él han usado de la máscara para desfazer entuertos, y el segundo es un pistolero a sueldo, inmoral y psicópata, aunque caiga a menudo simpático a sus lectores. Pero  ambos se complementan a la perfección, aportando cada uno a su manera su propio testimonio de una época, que coincide más o menos con los convulsos años de la  Ley Seca, la Gran Depresión en los USA y sus dramáticas consecuencias.

martes, 8 de marzo de 2016


Hoy intentaremos remansarnos un poco (no mucho, no crean, que tampoco hay que pasarse)  ante tanto negativismo como es capaz de desencadenar la situación política y "cultural", sobre todo en un  país como el nuestro, en el que cualquier día el chepita del coletas y sus bolivarianos de pacotilla pueden tomar el poder al asalto e imponernos de ministro de Incultura a don Miguel Bosé, nada menos. Es difícil, desde luego, evadirnos de las actuales circunstancias y de la coyuntura socioeconómica, pero lo intentaremos, y para ello evocaré algo que me sucedió no hace mucho, mientras paseaba una tarde por una calle peatonal de mi ciudad.
En estos tiempos turbulentos y de carestía, asistimos a un incremento de los llamados "artistas urbanos", en aquellos lugares donde su actividad no se ve perseguida por las autoridades municipales, y puede convertirse en un medio para su sustento. Estos personajes callejeros con más o menos gracia, y con más o menos talento, y de procedencias muy diversas, intentan ganarse la vida haciendo música. Las más de las veces es puro ruido lo que se oye, la clásica frikada del perroflauta tocando el tam-tam y desgañitándose, mientras zumban las moscas y los piojos se multiplican a su alrededor,  pero en ocasiones uno se topa con alguna grata sorpresa descubriendo lo bien que llegan a tocar algunos de ellos, atreviéndose a ejecutar partituras con el violín, el arpa y otros difíciles instrumentos en plena vía pública, lo que  tiene aún más mérito.
Precisamente aquella misma tarde me detuve a escuchar a un terceto de músicos (dos hombres y una dama) venidos del Este, lo más probable que de Rusia por las balalaikas y otros instrumentos que tañían, y que interpretaban magistralmente un repertorio variado, donde se daban cita algunas piezas de música clásica, de Mozart, y también música que recordaba la banda sonora de algunas películas; de Nino Rota (la sintonía del Padrino), Maurice Jarre (El Doctor Zhivago) o la jazz suite nº 2 de Shostakovich (utilizada por Kubrick en su film póstumo, y también uno de los más flojos de su carrera como director). Este último tema en concreto, tan brillantemente interpretado por estos artistas, me pareció mágico y sublime, me transportó a la magnificencia de los palacios de San Petersburgo y a la Plaza Roja de Moscú presidida por las cúpulas bulbosas del Kremlin, y me pareció cien por cien curativo y saludable, sobre todo si la comparamos con toda la basura musical contemporánea.
Resulta curioso que la URSS de Stalin engendrase a un genio de la composición como fue el gran Dmitri Shostakovich, capaz de congeniar los valses de  Johann Strauss y los coros del Ejército Rojo, como se puede comprobar escuchando esa pieza, que apenas se corresponde con la idea que comúnmente se tiene  del jazz aquí, en occidente. Y recordemos también el caso de Richard Strauss (el de la ópera Salomé y Así habló Zaratustra) o de Carl Orff (el de los Carmina Burana) entusiastas ambos del régimen hitleriano, como lo fueron también grandes directores de orquesta como Karl Boehm o Herbert von Karajan.  Bajo esas dictaduras totalitarias e insufribles, en las que al parecer agonizaba todo arte y toda cultura, asfixiados por la falta de libertad y de libremercado, surgieron los últimos grandes de la Música del siglo XX, mientras que la mayor aportación del bloque americanoide después de 1945 al campo de la música no fue otra que el Rock around the clock. Y así, toca soportar hoy en día, a todas horas, en las emisoras de radio, en la TV, en internet, esa combinación de gruñidos de chimpancés en celo, que es en su mayor parte el rock y todas sus variantes, o esa verborrea de toxicómanos y delincuentes que dio origen a la "musica" rap. Por no hablar de la salsa moderna, la bachata, el reggaetón, y demás pestilencias acústicas que hoy arrastran por el lodo el uso del idioma castellano, y el buen nombre de lo español en general, haciendo creer al resto  del mundo que la cultura hispana es esa murga que usan los panchitos para mover el culo en sus fiestuquis (ay, tú sabes, papito?).
 Por eso, me pareció muy curativo y saludable poder escuchar esa tarde, en una calle de mi ciudad, la música de Shostakovich.